La Ciudad de México es un monstruo. Su evolución de metrópolis a megalópolis ha sido rebasada y no ha quedado más remedio, en la taxidermia grecolingüística, que escalarla al estado de teratópolis, ciudad monstruo. Todos los días bebe de donde puede el agua, y se fuma los jugos primordiales del planeta para mantenerse viva. Se hunde, se seca, se extiende, se compacta, estira los tentáculos, se sacude y se mueve. Por sus entrañas fluyen millones de individuos que lo mismo le escalan un cuerno como le afeitan un prado, la sobrevuelan, la cultivan, la estudian o, en apoyo al fútbol o rechazo a la política, le paralizan alguna parte. El monstruo tenochca es una suerte de utopía galileana: carencias, carencias, dolencias y caos, "y sin embargo, se mueve".